El obispo enamorado de la doctrina socialLa Iglesia enfrenta hoy retos mucho más grandes de los que puede haber encontrado en otro momento de su historia.
por Viviana Ruiz fotos: Hugo Navarro
Un prelado de una pieza, de cabellera cana, ojos pequeños y vivarachos, que sonríe siempre que puede. Moderado en su tono de voz y firme en sus convicciones. Orgulloso de sus raíces, pero, sobre todo, enamorado de la Doctrina Social de la Iglesia. Esta descripción corresponde a monseñor Gonzalo de Villa —hijo de inmigrantes españoles que se nacionalizaron guatemaltecos— que hoy dirige la Diócesis de Sololá-Chimaltenango.De aquel acento ibérico ya no queda nada, y es que vivió en Madrid durante su niñez. Solía venir al país durante las vacaciones escolares. Pero no fue sino hasta los 18 años, dos después de haberse planteado por primera vez la vocación sacerdotal, que optó por la ciudadanía guatemalteca. Estudió dos años en la Universidad Rafael Landívar, pero aquel planteamiento que tuvo por el sacerdocio lo condujo al noviciado jesuita, recuerda sentado sobre un sillón azul en la que, desde hace dos años, es su casa, la sede de la diócesis, en plena calle Santander, Panajachel. Tras ordenarse como sacerdote, en 1983, estudió un posgrado en ciencias sociales, en Canadá. Trabajó por muchos años en “una diversidad de ministerios, incluyendo los educativos. “Fui rector y decano de la Landívar. También he participado en muchas investigaciones de temas sociales. Apoyé, de alguna manera, al proceso de paz”, relata, al ver por encima de sus lentes y sin un dejo de jactancia en sus palabras.Además, se ha involucrado en varios foros de proyección ciudadana, lo que sin duda le ha acarreado dificultades. Sin embargo, dice: “Supongo que alguna vez ha habido —problemas—, pero no que yo sepa. He tratado de ser cuidadoso, porque no me estoy solamente representando a mí, sino a la Iglesia. Trato de aportar serenidad al debate. No he buscado ni buscaré la polémica en el sentido barato, pero sí intento arrojar análisis a problemas coyunturales. He tratado de cuidarme para no decir tonterías ni improvisaciones, pues, a veces, la posibilidad de contribuir desaparece por una frase mal dicha”.Y con la misma sencillez que narra esto, habla de la Iglesia, la fe y los problemas de este país al que ahora llama suyo.
Acaba de cumplir dos años frente a esta diócesis, ¿cómo ha sido la experiencia?
Estoy muy contento. Ha sido una experiencia muy bonita y muy enriquecedora, porque me he sentido bien recibido. Mi encuentro con la gente, las parroquias, visitar aldeas… La realidad de la provincia no la conocía mucho, pero, ahora, después de dos años, ya puedo decir que la conozco bastante bien. Mi labor como obispo no se suscribe al derecho canónico formal de la Iglesia, sino en todos los ámbitos. Si tuviera que resumirlo en una sola palabra digo que ser obispo es ser llamado a ser pastor, tratar de seguir el ejemplo y actitudes del Señor Jesús.
Ahora que lo menciona, ¿qué quiere Dios para nosotros?
Acabamos de tener un retiro con los sacerdotes de la comunidad, sobre la conversión, y el padre que lo tuvo a su cargo dijo una frase que me pareció importante, y con la cual estoy completamente de acuerdo. “Dios quiere nuestra conversión, pero Él te quiere convertir, no cambiar. Dios reconoce quiénes somos y nos quiere a su servicio. Es decir, Dios quiere nuestra autenticidad no nuestra hipocresía”.
Ese llamado al servicio lo llevó al sacerdocio. ¿Cuándo decidió emprender ese camino?
Desde muy niño. Tenía 6 ó 7 años cuando escuché el llamado. Pero lo sentí con mucho más fuerza a los 16. Cuando decidí radicarme en Guatemala; a los 18, estudié dos años en la Universidad Rafael Landívar, pero me salí para ingresar al noviciado. Nunca he dudado de mi vocación, solamente esperé el tiempo debido.
¿Cómo reaccionaron sus padres a su firmeza de convertirse en sacerdote?
Mis padres eran respetuosos. A mi padre le costó algo. Mi madre creo que tuvo una mezcla entre costarle o no, pero tampoco le disgustó. Ella nunca me vio ordenado como sacerdote; murió antes. Mi padre sí, él falleció hace ocho años.
—María Teresa Vásquez de Villa, quien trabajaba en la oficina de trámites migratorios, murió el 31 de enero de 1980, cuando la Policía allanó e incendió la Embajada de España en Guatemala; 38 personas más fallecieron ese día—.
—María Teresa Vásquez de Villa, quien trabajaba en la oficina de trámites migratorios, murió el 31 de enero de 1980, cuando la Policía allanó e incendió la Embajada de España en Guatemala; 38 personas más fallecieron ese día—.
¿Por qué se decidió por la orden jesuita, tuvo que ver, quizá, su interés social?
Porque mi relación con la Iglesia siempre fue con los jesuitas, era lo más conocido por mí. Claro que también es verdad que la Compañía ha tenido siempre en su historia, y dentro de la historia de la Iglesia, un valor, como diría San Ignacio, al ministerio letrado… Pensar y aportar a la Iglesia no solo desde el actuar o desde administrar sacramentos, sino desde reflexionar cristianamente sobre los problemas del mundo o darle un lugar a la filosofía y los pensamientos sociales y políticos, lo cual ha llenado mis expectativas.Estuve en el seminario en 1974. Me ordené en 1983. Era una época del mundo y de la Iglesia en la que había muchas incertidumbres, polémicas y prejuicios. Yo, con el paso del tiempo, he hecho síntesis de los elementos más importantes de mi vida, y uno de ellos ha sido buscar la verdad, pero también ponerla en práctica, y esto es importante dentro de nuestra organización. Hay muchos problemas que tienen perspectivas complejas y que acercarse a la solución pasa por reconocer su complejidad: sociales, personales, psicológicos, históricos…
En esa búsqueda de la verdad y ponerla en práctica, ¿ha tenido detractores?
Bueno, el dicho aquel que dice: “No soy monedita de oro...”, pues, como que es cierto. Pero en general me atrevo a decir que he tenido más amigos que enemigos, y más personas que me respetan de las que me odian o desprecian. En eso no es que yo haya querido andar por la vida buscando aplausos o aceptación. He tratado de ser responsable para no ofender innecesariamente, y si tengo que demostrar una diferencia de opinión, demostrarla de una manera que no hiera sentimientos. Es decir, ese buscar el respeto sin ofender ha sido un código muy importante en mi vida. Hay que hacer buen uso de la palabra, con respeto y sin hipocresía, y con mucha valentía.
¿Cuándo ha sentido frustración?
Cuando me piden que interceda como obispo en un conflicto, pero ninguna de las partes ven vinculantes mis decisiones. Ante ciertas pugnas locales uno se puede sentir muy impotente. Uno trata de convencer, de armarse de paciencia, uno propone soluciones, pero no siempre se logran. Pero también he tenido diálogos fecundos, diálogos que llegan a acuerdos, a felices términos.
Para llegar a esos buenos términos, ahora que dirige esta diócesis, ¿ha aprendido un idioma maya?
Lamento decir que no. Es verdad que he utilizado frases, leo párrafos, pero no lo hablo. Reconozco la gran importancia de los idiomas mayas y no solo en la cultura de la gente indígena, sino en la vida de la Iglesia Católica de nuestra diócesis, pero aquel dicho que dice: “Lobo viejo no aprende a hablar...”, (risas).
Según su opinión, ¿la Iglesia Católica ha cumplido con la humanidad?
La Iglesia intenta responder cómo le ha tocado a ella en toda su historia, cómo actualizar el evangelio y el mensaje del Señor a nuevas culturas, a nuevas realidades, a nuevos problemas. Hay cosas que son inmutables. Hay una frase que dijo el papa Benedicto XVI en la inauguración del Sínodo de los Obispos del año pasado sobre el tema de la palabra de Dios, y que fue justo en los días del crack financiero en Estados Unidos. Él expresó: “La palabra de Dios permanece para siempre, no así Wall Street”. Es decir, la Iglesia tiene temas que son por su naturaleza para siempre, pero los vive en la historia y, por lo tanto, tiene el reto de evangelizar en circunstancias diversas.Evidentemente, ha habido enormes cambios en la percepción de la gente a nivel mundial sobre una serie de aspectos fundamentales de la organización básica de la sociedad, y temas que eran impensables hace dos o tres siglos y que, pues, ahí están. Hay y ha habido avances muy importantes, y yo creo que la Iglesia ha buscado, a veces en forma lenta, como toda institución milenaria, responder a ese reto fundamental de lo que ella es, y hacer que su misión se cumpla en el mundo en las circunstancias y en las generaciones actuales. Es decir, mal haría en pretender imponer que los feligreses tuvieran la mentalidad de aquellos que vivieron en el siglo XIII para poder vivir de acuerdo con la Iglesia, y por eso, todos esos esfuerzos que ha planteado, como el Concilio del Vaticano II para acá, han buscado la actualización sin olvidar los mandatos, y uno de ellos es la evangelización; anunciar la buena noticia a todos los pueblos y cómo hacerlo en cada población, en cada lugar. Es ahí donde creo que la Iglesia enfrenta retos muchos más grandes de los que pudo haber encontrado en otro momento de su vida.
¿Quién se acopla a quién, la Iglesia a los feligreses o viceversa?
El mensaje de la Iglesia tiene que ser pertinente, tiene que ser actual. Pero de quién se amolda a quién es lo mismo que pasa dentro de un matrimonio. La Iglesia tiene que incidir, y si no lo logra es que no está haciendo bien las cosas. Pero, por otro lado, si la humanidad actúa como un adolescente cuando se le dice que algo le hace bien, hace lo contrario y lo rechaza... pues todo padre de familia entenderá la posición de la Iglesia.
La Iglesia Católica tiene muchos detractores ¿qué piensa al respecto?
Eso es verdad, pero también lo es que hay temas que por su naturaleza, venden. Creo que la búsqueda de cultivar el morbo se está volviendo una moda. ¿Por qué me intereso en escribir algo? ¿Por intelectualidad, para dar a conocer la verdad? ¿Por dejarse llevar por una pincelada y a partir de esta juzgar de una manera definitiva y resumir toda una historia en una frase? ¿Por el interés que tengo de solamente decir medias verdades?, que hay quienes dicen que es la peor de las mentiras. La Iglesia se compone de hombres y mujeres pecadores y, entonces, es verdad que se le puede juzgar por hechos no muy buenos. Pero hay que recordar que esta Iglesia tiene dos mil años de historia, y, por lo tanto, puede que sea fácil hilvanar datos del siglo X con otros del siglo XII y con otros del siglo XVI y, con base en eso, escribir una novela de mentira ficción, como el Código Da Vinci, por poner un ejemplo. Y no es que la Iglesia no quiera reconocer que ha habido a lo largo de su historia muchas personas que al nombre de esta institución han actuado mal. ¿Se ha protegido a personas? Sí, yo creo que ha pasado. Pero eso ocurre en cualquier tipo de corporaciones, como en la Presidencia de Estados Unidos o en la historia de un periódico. Hay otros que tienen como principio el prejuicio y otros tienen un odio sistemático y visceral contra la Iglesia, por lo que si yo odio tanto a la Iglesia y encima no soy tonto, hilvanaré de la mejor manera todos los detalles para hacerle daño con toda la intención de ofender. Entre los detractores hay quienes han intentado hacer una investigación profunda, pero la mayoría se deja ir por hechos aislados.
¿Los detractores actúan siempre con buena voluntad?
No, no lo creo. En los últimos meses han salido a la luz casos de sacerdotes involucrados en hechos fuera de las normas de la Iglesia.El problema de pedofilia, por mencionar algo, se ha dado a conocer más en Estados Unidos, claro, debido al mismo sistema de administración de justicia que practican y que ha hecho que por una parte no solo tenga que ver en el hecho de cómo juzgar a alguien, sino cuánto dinero recibirá a cambio. En otros lados no están presentes los US$2 millones y, por lo tanto, la búsqueda de justicia no tiene tanta importancia ni para la sociedad ni, muchas veces, para la víctima. Pero, sin duda, la Iglesia en ese tema ha sido en los últimos años purificada y ha reconocido que ha habido hechos de sacerdotes que han actuado de una manera errónea; a estos se les ha condenado, tanto por el papa Juan Pablo II como por Benedicto XVI. La sociedad tiene el derecho de pegar el grito en el cielo cada vez que pase un suceso fuera de las normas, pero también lo es que no debe dar brochazos y pretender que se trata de un Picasso, hay que hablar la verdad con fundamentos y con profesionalismo. La búsqueda de la verdad debe prevalecer siempre.
La Iglesia Católica aún tiene mucha injerencia en la política.
Cuando la Iglesia ha tratado de tener una injerencia no ha sido por deseos políticos o de tratar de tener protagonismo, sino por principios que la Iglesia sostiene que tienen relevancia pública. Hay quienes están políticamente de acuerdo o no, y sacan provecho de ello. La Iglesia, creo, no tiene el interés de ser una entidad que busque estar metida en la política, pero sí busca la claridad de decir: tengo el derecho de expresar lo que no considero que esté correcto. Tiene un peso, pero es un peso moral.
—Después de un par de horas de charla, monseñor comenta que debía haber participado en un programa radial. “Es martes, día de audiencias, así que comprenderán que aún tengo mucho trabajo”, dice—.
Trayectoria
Medallista en física en las Olimpiadas de la Ciencia 1998, organizado por la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac).
Licenciatura en física aplicada por la Usac. Tesis: Acústica ambiental (2000).
Doctorado en física por la Universidad Humboldt de Berlín, Alemania, con la especialidad en la entropía del fenómeno del Niño (2004).
Estudia una maestría en Matemática Financiera, por la Universidad de Oxford, Inglaterra (desde el 2006 al presente año).
En la actualidad trabaja en la industria financiera como consultor matemático, en la compañía d-fine GmbH, en Fránkfort, Alemania (desde el 2004).