viernes, 30 de noviembre de 2012

I DOMINGO DE ADVIENTO


Damos inicio el nuevo Ciclo Liturgico "C" con el tiempo llamado  "ADVIENTO". Nos introduce a prepararnos para celebrar la Navidad. Es el Maravilloso tiempo de la Espera que además nos anticipa el recuerdo de la llagada de la Luz que ha venido a iluminar en las tinieblas y la oscuridad que envolvían la humanidad entera por el pecado. En el año de la Fe y Contar con el maravilloso libro del Santo Padre "La Infancia de Jesús", recién publicada, permite redescubrir el sentido profundo de estos días, colocar a Jesucristo en el centro de la vida y tomarnos más en serio la neceisidad de conversión.  Deceo para todos un fructifero inicio de Adviento y que con la fuerza de la Palabra de Dios preparemos  el corazón para acoger esta luz que tanto la necesitamos: El Verbo que se ha hecho carne.  

 Coloco entera la siguiente homilía pronunciada por el Papa Gregorio Magno en la Basílica de San Pedro, Roma en el año 590, cuando la Ciudad Eterna atravesaba ya el caos debido a invasiones sufridas. El Sumo Pontifice no dejó de aprovechar dicha situación para impulsar la necesidad de la conversion y la preparación al futuro incierto. 


"En aquel tiempo: Veránse fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas; secándose los hombres de temor y de sobresalto por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo; porque las virtudes de los cielos estarán bamboleando. Y entonces será cuando verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad. Como quiera, vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca. Y propúsoles esta comparación: Reparad en la higuera y en los demás árboles: cuando ya empiezan a brotar de sí el fruto, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros, en viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de Dios está cerca. Os empeño mi palabra que no se acabará esta generación hasta que todo lo dicho se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no faltarán.
Hermanos carísimos: Nuestro Señor y Redentor, deseando encontrarnos bien dispuestos, anuncia de antemano los males que han de sobrevenir al mundo, cuyo fin se avecina, con el propósito de apagar en nosotros el amor del mundo.
Pone de manifiesto cuántas calamidades han de preceder a su término, que se acerca, para que, sino queremos temer a Dios cuando la vida se desliza tranquila, temamos al menos, su cercano juicio, amedrentados por las calamidades. En efecto, a esta lección del Santo Evangelio que vosotros, hermanos, acabáis de oír adelantó el Señor lo que poco más arriba dice ( Lc 21-10-12): Se levantará un pueblo contra otro pueblo y un reino contra otro reino, y habrá terremotos en varias partes y pestilencias y hambres; y poco después de algunas cosas más agregó, esto que acabáis de oír ( Lc 21,25); Veránse fenómenos prodigiosos en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes por el estruendo del mar y de las olas.
Estamos viendo que, de todos estos acontecimientos, unos han sucedido ya en efecto, y tememos que otros han de suceder pronto; pues levantarse un pueblo contra otro pueblo y hallarse las gentes consternadas, vemos que ocurre en nuestro tiempo más de lo que leemos en los libros; que el terremoto sepulta innumerables ciudades, sabéis con cuánta frecuencia lo oímos referir de otras partes del mundo; pestilencias las padecemos sin cesar; ahora, fenómenos prodigiosos en el sol, en la luna y en las estrellas todavía no los hemos visto claramente; pero que también éstos no distan mucho, lo colegimos de la mudanza de la atmósfera; por más que, antes de que Italia cayera bajo el dominio de los gentiles, vimos ráfagas de fuego, cual si relampagueara la misma sangre humana que ha sido derramada más tarde; no ha aparecido aún el extraño alboroto del mar y de las olas, pero, como muchas de las cosas anunciadas se han cumplido ya, no hay duda de que también sucederán las pocas que restan, porque el cumplimiento de las que pasaron da la seguridad de que se cumplirán las que están por venir.
2. Hermanos míos, estas cosas os las decimos con el fin de que vuestras almas estén vigilantes por vuestra salvación, no sea que, por contarse seguros, se adormezcan, o por la ignorancia languidezcan; antes bien, el temor las tenga siempre solícitas y la solicitud las confirme en el bien obrar, considerando esto que añade la palabra de nuestro Redentor (v.z6);
Secándose los hombres de temor y de sobresalto por las cosas que han de sobrevenir a todo el universo, porque las virtudes de los cielos estarán bamboleando. Ahora bien, ¿a qué llama el Señor virtudes de los cielos sino a los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, principados y potestades, que aparecerán visibles a nuestros ojos a la venida del justo Juez, para entonces exigirnos rigurosa cuenta de lo que ahora el Creador invisible tolera paciente?
También allí se añade (v.27): Y entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con grande poder y majestad. Como si claramente dijera: Al que no quisieron escuchar cuando se mostró humilde, le verán venir en grande poder y majestad, para que entonces experimenten su poder, tanto más riguroso cuanto menos doblegan ahora la cerviz del corazón ante la paciencia de Él.
3. Mas, porque todo esto se ha dicho contra los réprobos, en seguida se dicen palabras para consuelo de los elegidos; pues también se agrega (v.28): Vosotros, al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque se avecina vuestra redención. Como si la Verdad aconsejara claramente a sus elegidos, diciendo: Cuando vayan en aumento las calamidades del mundo, cuando en la conmoción de las virtudes del cielo se manifieste el terror del juicio, alzad la cabeza, esto es, estad de buen ánimo; porque al acabarse el mundo, del cual no sois amigos, se avecina la redención que esperáis; que frecuentemente en la Sagrada Escritura se dice la cabeza por significar el alma, porque, así como los miembros son regidos por la cabeza, así el alma dispone los pensamientos; de suerte que levantar la cabeza es levantar nuestra almas a los gozos de la patria celestial.
Por tanto, a los que aman a Dios se les manda gozarse y alegrarse del fin del mundo, porque cierto es que en seguida hallarán al que aman, mientras que fenece el que no amaron.
Lejos, pues, del fiel que desea ver a Dios el contristarse por las sacudidas del mundo, puesto que sabe que con sus mismas percusiones perece; porque escrito está (Iac. 4,4): Quien quisiere ser amigo de este mundo, se constituye enemigo de Dios. Por consiguiente, quien, al acercarse el fin del mundo, no se alegra, atestigua ser amigo de él y, por lo mismo, queda convicto de ser enemigo de Dios. Pero no suceda esto a los corazones de los fieles; no ocurra esto a los que por la fe creen que hay otra vida y la procuran con sus obras; pues llorar por la destrucción del mundo es propio de los que han fijado las raíces de su corazón en el amor de él, de los que no buscan la vida venidera, de los que ni siquiera sospechan que la hay. Pero nosotros, los que conocemos los gozos eternos de la patria celestial, debemos darnos prisa a poseerlos cuanto antes; debemos desear caminar más apresurados y llegar a ella por el camino más breve; porque ¿de qué males no se ve acosado el mundo? ¿Hay tristeza o adversidad alguna que no nos oprima? ¿Qué s la vida mortal sino un camino? Pues considerad, hermanos míos, qué tal cosa sea sentirse desfallecer de la fatiga del camino y no querer que ese camino tenga fin.
Ahora bien, que se deba no hacer caso del mundo y aun despreciarle, nuestro Redentor lo declara con una aguda comparación, cuando añadió en seguida (v.29-31): Reparad en la higuera y en los demás árboles: cuando ya empiezan a brotar de sí el fruto, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros, en viendo la ejecución de estas cosas, entended que el reino de Dios está cerca. Como si claramente dijera: Como la proximidad del verano se conoce por el fruto de los árboles, así por la destrucción del mundo se conoce estar cerca el reino de Dios. Palabras con las que acertadamente se pone de manifiesto que el fruto del mundo es su ruina, pues para esto crece, para caer; para esto cae, para germinar; y para esto germina, para consumir a fuerza de calamidades todo lo que germina.
Y está bien comparado el reino de Dios con el verano, porque, cuando los días de la vida resplandecen con la claridad del Sol eterno, se acabaron ya entonces los nubarrones de nuestra tristeza.
4. Cosas todas éstas que se confirman plenamente con añadir sentencia que dice (v.32-33): Os empeño mi palabra que no, se acabará esta generación hasta que todo lo dicho se cumpla. El cielo la tierra se mudarán, pero mis palabras no faltarán.
Nada hay en el mundo más durable que el cielo y la tierra, y nada en él pasa más rápidamente que la palabra, pues las palabras, nuestras no están completas, no son palabras, y cuando se han completado ya no son, porque no pueden completarse sino pasando: ora bien, dice: El cielo y la tierra se mudarán, pero mis palabras no faltarán, que es como si claramente dijera: Todo lo que entre otros es durable hasta que venga la eternidad, no dura sino dándose; y todo lo que en mí se ve pasar se mantiene fijo y que perduran sin cambio, porque la palabra mía, que pasa, expresa sentencias que perduran sin cambiar.
5. He aquí, hermanos míos que ya estamos viendo lo que oíamos; el mundo se ve acosado cada día de nuevos y redoblados males. Ya veis cuántos habéis quedado de aquella multitud innumerable, y, con todo, aun insisten a diario los flagelos; nos vemos envueltos en desgracias repentinas; nuevas e imprevistas calamidades nos afligen; pues así como en la juventud está el cuerpo vigoroso, el pecho se mantiene fuerte y sano y robustos los brazos, mas en la senectud se abate la estatura, la cerviz flácida se doblega, el pecho siéntese oprimido con frecuentes anhelos, decaen las fuerzas y la respiración fatigosa entrecorta las palabras al hablar, porque, aunque no haya enfermedad; por lo regular para los viejos la misma salud es una enfermedad, así el mundo, en sus primeros años tuvo como el vigor de la juventud, fue robusto para propagar la prole del género humano, recio en la salud del cuerpo y pingüe en abundancia de cosas; mas ahora se ve oprimido por su misma senectud y con mayor frecuencia se ve como empujado a una muerte próxima por las crecientes molestias.
No queráis, hermanos míos, amar al que viendo no puede durar mucho tiempo. Fijad en vuestra alma los preceptos apostólicos, por los que se nos amonesta, diciendo (I Jn 2,15): No queráis amar al mundo ni las cosas mundanas, porque, si alguno ama al mundo, no habita en él la caridad del Padre.
Hace tres días habéis visto, hermanos, cómo, por una repentina tempestad, añosas alamedas han sido arrancadas de cuajo y destruidas casas e iglesias demolidas hasta sus cimientos. ¡Cuántos sanos e incólumes por la tarde pensaban que a la mañana podrían hacer algo! Y, sin embargo, en esa misma noche fenecieron de muerte repentina, sorprendidos en el lazo de la destrucción.
6. Pero debemos considerar, carísimos, que, para realizar todo esto, el Juez invisible no hizo más que mover la fuerza de un viento tenuísimo, agitó una sola nube y socavó la tierra y sacudió la tierra violentamente los cimientos de tantos edificios que están para desplomarse. Pues ¿qué ha de hacer ese mismo Juez cuando venga El mismo y se enardezca su ira para tomar venganza de los pecadores, si cuando nos hiere por medio de una tenuísima nube, no le podemos soportar? ¿Qué hombre podrá subsistir en presencia de su ira, si con sólo mover el viento socavó la tierra, concitó las nubes y echó por los suelos tantos edificios?
San Pablo, considerando el rigor del Juez venidero, dice (Hebr. 10, 31) Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo. El salmista expresa esta severidad, diciendo (Sal. 49,3): Vendrá Dios manifiestamente, vendrá nuestro Dios y no callará, llevará delante de sí un fuego devorador, alrededor de El una tempestad horrorosa. Al rigor, pues, de tan severo Juez acompañarán la tempestad y el fuego, porque la tempestad descubre a los que el fuego abraza.
Por tanto, hermanos carísimos, poned ante vuestros ojos aquel día, y todo lo que ahora se os hace pesado, en su comparación, se os hará muy llevadero; pues de aquel día se dice por el profeta (Sof. 1, 14-16) Cerca está el día grande del Señor, está cerca y va llegando con suma velocidad. Margas voces serán las que se oigan en el día del Señor, los poderosos se verán entonces en apreturas. Día de ira aquél, día de tribulación y de congoja, día de calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día nublados y de tempestades, día del sonido terrible de la trompeta.
De este día dice el Señor de nuevo por el profeta (Ag 2,7): Aún falta un poco, y yo pondré en movimiento el cielo y la tierra. He aquí que, como antes hemos dicho, pone en movimiento el aire, y la tierra no subsiste. ¿Quién, pues, podrá soportarle cuando ponga en movimiento el cielo? ¿Y qué diríamos que son estos horrores que presenciamos sino unos pregoneros de la ira que sobrevendrá? Pues por eso también es necesario tener presente que estas tribulaciones son tan distintas de aquella última tribulación cuanto dista del poder del Juez la persona del pregonero.
Tened, por tanto, puesta vuestra atención, hermanos carísimos, en aquel día; enmendad la vida, cambiad las costumbres, venced las malas tentaciones resistiéndolas, y castigad con lágrimas los pecados cometidos, porque algún día veréis el advenimiento el eterno Juez tanto más seguros cuanto más prevenís con el temor su severidad.
Hágalo así el Señor.
(Homilía sobre los Evangelios, Libro I, Homilía I, Ed. BAC, Madrid, 1968, pp. 537-541)