sábado, 25 de febrero de 2012

LAS TENTACIONES DE JESUCRISTO

En este primer domingo de Cuaresma la Iglesia nos lleva a reflexionar sobre la existencia del Diablo y su plan debastador de tentar al hombre en su debilidad. Jesucristo nos enseñó como podemos vencer la astucia del Demonio. En un comentario profundo que San Ambrosio nos ha dejado sobre este momento en la vida de Nuestro Señor (cf. (SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), Libro Cuarto 4-14, BAC, Madrid, 1966, pp. 189-196), el Santo Obispo considera que ante la fuerza del mal que ha convencido incluso hombres ilustres en la historia de la salvación, Dios preparó un cuerpo para presentarle al Diablo como "cebo" para hacernos ver y aprendamos que con esa misma fragilidad podemos vencer la fuerza de la Tentación. Consideren en este breve texto las palabras de Ambrosio:


"¿Qué guía ofrecerá, pues, contra tantos placeres del mundo, contra tantas astucias del diablo, sabiendo que nosotros hemos de luchar en primer lugar “contra la carne y la sangre, luego contra las potestades, contra los príncipes del mundo de estas tinieblas, contra los espíritus malignos que pueblan el aire”? (Ef 6, 11-12). ¿Ofrecer un ángel? Mas también él ha caído; las legiones de ángeles apenas han podido salvar a individuos (2R 6, 17). ¿Enviar un serafín? Mas él ha descendido a la tierra en medio de un pueblo que tenía los labios manchados (Is 6, 6 ss) y no hubo más que un profeta al cual purificó sus labios con el contacto de un carbón encendido. Era necesario buscar otro guía al cual todos siguiésemos. ¿Cuál será este guía tan grande para hacer bien a todos, sino Aquel que está por encima de todos? ¿Quién me establecerá sobre el mundo, sino Aquel que es más grande que el mundo? ¿Quién será este guía tan grande para poder conducir en una misma dirección al hombre y a la mujer, al judío y al griego, al bárbaro y escita, al esclavo y al hombre libre (Col 3, 11), sino Aquel que es todo en todos, Cristo?

Muchos son los lazos por donde caminamos: lazos del cuerpo, lazos de la Ley, lazos tendidos por el diablo en el pináculo de los templos o en las almenas de las murallas, lazos de la filosofía, lazos de los deseos —pues el ojo de la mujer de mala vida es lazo del pecador (cf. Pr 7, 21) —, lazo del dinero, lazo de la religión, lazo del cuidado de la castidad. Pues el alma humana es inclinada por exiguos momentos y con frecuencia la empuja aquí o allí la habilidad del seductor. Ve el diablo a algún hombre religioso que sirve a Dios con veneración, lleno de deseos por lo que es santo e incapaz de hacer mal: y él lo hace caer por su misma religión, induciéndole a no creer que el Hijo de Dios tomó nuestra propia carne, nuestro propio cuerpo, la fragilidad de nuestros propios miembros; siendo así que padeció en su cuerpo, mas la divinidad permaneció exenta de injuria; de este modo su religión lo pone en falta: pues “quien niega que Cristo ha venido en la carne, no es de Dios” (1Jn 4, 3). Ve a un hombre puro, de una castidad intacta: le persuade a condenar el matrimonio, lo cual hace que sea expulsado de la Iglesia, y así el cuidado de la castidad lo separa de este cuerpo casto. Otro ha oído decir que hay “un solo Dios del cual viene todo” (1Co 8, 6): le adora y le venera; le tienta el diablo y le cierra los oídos para que no entienda que hay 'un solo Señor por el cual son todas las cosas' (ibíd.); de este modo, por una piedad excesiva, le impele a ser impío, separando el Padre del Hijo y, al mismo tiempo, confundiendo el Padre y el Hijo, creyendo que hay entre los dos unidad de persona y no de poder. Así, mientras ignora la medida de la fe, incurre en la desgracia del error

¿Cómo, pues, evitar estos lazos, a fin de poder decir también nosotros “Escapó nuestra alma como una avecilla al lazo del cazador; se rompió el lazo y fuimos liberados”? (Sal 123, 7). No dice: 'Yo he roto el lazo' —David no se atreve a hablar así—, sino “nuestra ayuda está en el nombre del Señor” (ibíd., 8), a fin de mostrar que el lazo sería roto, a fin de profetizar la venida en esta vida de Aquel que rompería el lazo tendido por las insidias del diablo.

Mas el mejor medio de romper el lazo era presentar un cebo cualquiera al diablo, de forma que, apresurándose sobre su presa, quedase él cogido en sus propios lazos, y así yo pueda decir : “Prepararon lazos para mis pies, y ellos cayeron en ellos” (Sal 56, 7). ¿Qué cebo pudo ser éste, sino un cuerpo? Convino, pues, usar con el diablo este artificio, que el Señor tomase un cuerpo, y un cuerpo corruptible, un cuerpo enfermo, para ser crucificado gracias a esa debilidad. Pues, si hubiera tomado un cuerpo espiritual, no habría podido decir: “El espíritu está animoso, pero la carne es flaca” (Mt 26, 41). Escucha, pues, ambas voces, la de la carne flaca y la del espíritu animoso: “Padre, si es posible, que se aleje de mí este cáliz”: es la voz de la carne; “pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mt 26, 39): he aquí la entrega y el vigor del espíritu. ¿Por qué desprecias la condescendencia del Señor? Por condescendencia ha tomado mi cuerpo, por condescendencia ha tomado mis miserias, mis flaquezas; la naturaleza de Dios no podía ciertamente sentirlas, puesto que la misma naturaleza humana ha aprendido a despreciarlas, o a soportarlas y sufrirlas.

Por lo mismo, sigamos a Cristo, según lo que está escrito: “Marcharás en pos del Señor tu Dios y a Él te adherirás” (Dt 13, 4). ¿A quién me adheriré sino a Cristo?, pues, como dice San Pablo: “Quien se adhiere al Señor tiene un solo espíritu con El” (1Co 6, 17). Sigamos sus pasos y podremos volver del desierto al paraíso."