sábado, 11 de febrero de 2012

EVANGELIO DEL DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO.


Se trata del Evangelio de Marco 1, 40-45, que narra el milagro de la curación de un leproso. He encontrado un texto que escribió el obispo San Ambrosio sobre este milagro y se los coloco la parte que puede interesar. Que tengan un buen Domingo a todos.

Curación del leproso

1. Con razón en esta curación de leproso no se indica ninguna localidad, para mostrar que no ha sido el pueblo de una ciudad especial, sino los pueblos del universo los que han sido curados. Es, igualmente acertado que en San Lucas esta curación sea el cuarto prodigio después de la llegada del Señor a Cafarnaúm; pues si al cuarto día nos dio la luz del sol, y lo hizo más brillante que los demás astros, cuando aparecían los elementos del mundo, del mismo modo hemos de considerar esta obra como más brillante. Según San Mateo, nos lo presenta como la primera curación hecha por el Señor después de las Bienaventuranzas (Mt 8,3). El Señor había dicho : “No he venido a destruir la Ley, sino a cumplirla” (Mt 5,7), y este hombre, que estaba excluido por la Ley y se encontraba ahora purificado por el poder del Señor, pensaría que la gracia no viene de la Ley, sino que está por encima de la Ley, puesto que puede limpiar la mancha del leproso.

2. Más del mismo modo que aparece en el Señor el poder y la autoridad, así aparece en este hombre la constancia de la fe. Se postró en tierra, lo cual es signo de humildad y confusión, para que cada uno se avergüence de las afrentas de su vida. Mas la vergüenza no impidió la confesión: mostró la herida, pidió el remedio, y su misma confesión está llena de religión y de fe: “Si quieres, dice, puedes sanarme”. Atribuye el poder a la voluntad del Señor; al decir a la voluntad del Señor, no es que haya dudado, como un incrédulo, de su bondad, sino que, consciente de su bajeza, no se ha engreído. Y el Señor, con esa dignidad que le caracteriza, le responde: “Lo quiero, sé limpio”.

3. Y “al instante le dejó la lepra”. Pues no hay intervalo entre la obra de Dios y su orden: la misma orden incluye la obra: “Dijo y fue hecho” (Ps 32,9). Observa que no puede dudarse, porque la voluntad de Dios es poder. Si, pues, en El querer es poder, los que afirman la unidad de querer en la Trinidad afirman al mismo tiempo la unidad de poder. La lepra desapareció inmediatamente; para que conozcas la voluntad de curar, ha añadido la realización de tal obra.

4. Según San Marcos, el Señor tuvo piedad de él; es conveniente que esto sea notado. Existen rasgos que fueron anotados por los evangelistas, que quieren afirmarnos sobre dos puntos: han descrito los signos del poder en orden a la fe; y han referido las obras virtuosas con vistas a la imitación. Por eso, él toca sin designarse; manda sin vacilación; pues es un signo de su poder que, teniendo facultad para curar y autoridad para mandar, no ha rehusado el testimonio de su actividad. Por eso dice a causa de Fotino: “Yo quiero”; manda a causa de Arrio; toca a causa de los maniqueos.

5. No se ha curado la lepra a uno sólo, sino a todos aquellos a quienes se ha dicho: “Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado” (Io 15,3). Si, pues, la palabra es el remedio de la lepra, el desprecio de la palabra es, con razón, la lepra del alma. Mas para que la lepra no contagie al médico, cada uno, imitando la humildad del Señor, ha de evitar la vanagloria. ¿Por qué, en efecto, recomendó no comunicarlo a nadie, sino para que aprendamos nosotros a no divulgar nuestras buenas obras, sino ocultarlas, de forma que no sólo alejemos el salario del dinero sino el del agasajo? O, tal vez, la razón del silencio sea en atención a los que creyeron con una fe espontánea, lo cual es mejor que aquellos que lo hicieron con la esperanza del beneficio.

6. Luego le prescribe, conformándose a la Ley, que se presente al sacerdote, no para ofrecer una víctima, sino para ofrecerse él mismo a Dios como un sacrificio espiritual, a fin de que, limpio de las manchas de sus acciones pasadas, se consagre a Dios como una víctima agradable gracias al conocimiento de la fe y a la educación de la sabiduría; pues “toda víctima será sazonada con sal” (Mc 9,48). San Pablo dice a este propósito: “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios” (Rom 21,1).

7. Es al mismo tiempo admirable que ha curado según el mismo modo de la petición: “Si quieres, puedes limpiarme”. —“Lo quiero, sé limpio”. Mira su voluntad, mira también su disposición a la ternura. — “Y extendiendo la mano, le tocó”. La Ley prohíbe tocar a los leprosos (Lev 13,3); pero el que es autor de la Ley no tiene obligación de seguirla, sino que hace la Ley. Ha tocado, no porque, si no toca, no hubiera podido curar, sino para mostrar que Él no estaba sujeto a la Ley, y que no temía ser contagiado como los hombres, porque ni podía serlo quien libraba a otros, sino, al contrario, el tacto del Señor hacía huir la lepra que suele contaminar a los que la tocan.

8. Le manda presentarse al sacerdote y hacer una ofrenda con motivo de su purificación; si se presenta al sacerdote, éste comprenderá que no ha sido curado según el procedimiento legal, sino por la gracia de Dios, que es superior a la Ley; y al prescribir un sacrificio según lo ha ordenado Moisés, mostraba el Señor que no había venido a destruir la Ley, sino a cumplirla; Él se comportaba según la Ley, aun cuando se le veía curar, por encima de la Ley, a los que los remedios de la Ley no habrían sanado. Con razón añade: Como “lo ha prescrito Moisés”; pues “la Ley es espiritual” (Rom 7,14), parece, por lo mismo, que El prescribió un sacrificio espiritual.

9. Finalmente, añadió: “Para que les sirva de testimonio”, es decir, si creéis en Dios, si la impiedad de la lepra se retira, si el sacerdote conoce lo que está oculto, si existe el testimonio de la pureza de vuestros sentimientos: esto es lo que verá el sacerdote, principalmente Aquel a quien no escapa ningún secreto, a quien se ha dicho: “Tú eres sacerdote eternamente, según el orden de Melquisedec” (Ps 109, 4).

(Ambr. Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), BAC, Madrid, 1966, pp. 230-234)

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